Vistas de página en total

sábado, 3 de diciembre de 2011

XVII. DE VUELTA EN CASA

El camino de vuelta a casa no tuvo mayor novedad. Josemari comenzó a andar hacia Irumendi antes de que oscureciese. La excitación de saber que iba a poder hablar con Barrenechea en unos pocos días y la sorpresa de conocer -y observar- a su hija Izaskun le hicieron dar por bueno el viaje. De esta manera, en vez de buscar un sitio donde dormir unas horas antes de empezar la marcha, decidió echar a andar antes y ver si podía dormir una vez estuviera ya en casa.

Llegó al caserío a eso de las once de la noche, cuando todos se habían acostado ya. Cenó la tortilla de patatas, la ensalada y el queso que le habían dejado, decidiendo no beber vino sino agua para reponer mejor fuerzas durmiendo. Estaba cansado, pero muy ilusionado. Tenía la sensación de crecer como persona. Se veía a sí mismo como alguien capaz de cumplir sus sueño, o por lo menos pelear por ellos, lo que ya en sí mismo era cumplirlos, pensó. Dio gracias a Dios por el día vivido, se lo dedicó a su Ama y se durmió plácidamente.

Y soñó, soñó con que triunfaba en Argentina o el Paraguay, que se convertía en un terrateniente importante, que tenía hijos, que los veía crecer sanos y fuertes, que hacía internacional y grande la familia Inchauspe. Soñó también... que Izaskun iba con él y que se convertía en la madre de sus hijos. Y aquí sonrió mientras dormía y a la mañana siguiente se despertó con una sonrisa en la cara  Y empezó el día con ilusión y fuerzas renovadas.

domingo, 12 de diciembre de 2010

XVI. EL RESTO DEL DÍA

Jóvenes disfrutan de la Fiesta Vasca de Zarautz. Josemari supo a través de Izaskun que su padre se encontraba perfectamente de salud, aunque fuera del pueblo en ese momento por un problema familiar.  La chica le contó que  Florencio  Barrenetxea seguía vendiendo los quesos y la leche del caserío y que el primer miércoles de cada mes iba al mercado de Aldapeta. Esta localidad quedaba a tan sólo hora y media andando desde Irumendi, y Josemari solía ir allí a comprar herramientas para el caserío. Con sólo hacer coincidir el día, podría ver a Florencio y saber cómo le iba a su sobrino haciendo las américas. Además, en jornadas de feria, Josemari había conseguido hacer muy buenos negocios con mercaderes y le estimulaban mucho estos eventos.
Empezó a tener buenas sensaciones al imaginar su futuro encuentro con el padre de Izaskun y el resto del día lo pasó Josemari de la manera habitual en este tipo de fiestas, alternando con unos y con otros. Siguió la obligada ruta gastronómica, de almuerzos, comidas, meriendas, catas de vinos y sidras y demás viandas. Entre los amigos que lo acompañaron en su visita y la gente que de otras localidades conocía y tuvo oportunidad de volver a ver, estuvo bastante entretenido.
No obstante, para el menor de los Inchauspe fue novedoso encontrarse siguiendo con la mirada a Izaskun allí donde volvió a coincidir con ella. Le encandiló la manera en que la chica sonreía a las personas con las que se cruzaba e intercambiaba saludos. Y sentía algo extraño también, como si no quisiera que ella se diera a esas personas a las que saludaba por medio de su sonrisa. Pensó que ojalá de su próximo encuentro con Florencio Barrenetxea surgiera un contacto más habitual con él y con su hija Izaskun. En aquel momento Josemari no era consciente de cómo aquella chica canbiaría su vida. 

sábado, 13 de noviembre de 2010

XV. PRIMEROS PASOS

Y ante la situación de atracción nerviosa que sentía, Josemari, viéndose sobrepasado, se situó en lo peor. Esta chica, pensó, no va a ver en mí más que lo que vio cuando, de críos, se conocieron comprando quesos el padre de él al de ella. Y decidió acercarse, para preguntar, con escueta corrección, cómo estaba su padre, que él lo recordaba, aunque más su padre, y a quién, si no a él, podía acercarse para interesarse por su primo el que había cruzado el mar, en busca de las américas.
Lo que no esperaba Josemari era encontrar, en la expresión de Izaskun al verlo, el interés que le pareció ver. De hecho, ella pareció sorprendida al ver que un "mutil" agraciado y de su agrado se acercara a ella con un motivo correcto y le expresara, con tal elegancia y corrección el interés por saber cosas de ella y de su familia.
Izaskun era una chica muy diferente de lo que se podía esperar de alguien de su edad y del lugar en qte la moraba. Y lo mejor de todo era que ella no sabía de su peculiaridad. Su familia siempre había tenido algo que la había hecho diferente. De hecho, ella era hija de la segunda mujer de su padre, y no era vasca del todo, sino medio asturiana por parte de madre. Con ello, Izaskun, siempre había notado a su alrededor una diferencia en la manera en que era vista su familia y como se veía normalmente a las demás familias del valle. Pero, no pensó que ello tuviera un valor en sí mismo, ni bueno ni malo, sólo diferente por pequeños detalles. Supuso que sería porque ellos eran medio de fuera y sólo medio de allí. Pero como en el valle la gente vivía muy a lo suyo, nadie le dijo "sois raros". Los Barrenechea eran buena gente, de esos de verdad, legales. Y su peculiaridad no dejaba de ser interesante.
El caso es que cuando Josemari se dirigió a ella para preguntarle si era de la familia Barrenechea y mostrarle su interés por la salud de su padre y sobre todo por su primo el que se había ido a "hacer las américas", Izaskun se volvió hacia él con verdadera y transparente curiosidad. Y eso paralizó a Josemari. Una de las razones de su decisión de cruzar el charco era que no encontraba nada lo suficientemente grande con todas las letras para quedarse. Y por un instante, dudó, y se asustó, como asusta el amor cuando enseña su pata por debajo de la puerta. Pero sólo fue un segundo, un agradable y profundo segundo. Algo para no tener demasiado en cuenta, algo que le permitía mantener sus sueños y sus programas, pero algo en lo que, cuidado que un instante de mirada fija de Izaskun, había supuesto un instante de no pensar en cruzar el charco.
Las miradas dijeron mucho más que las propias palabras, ya que, con intervalos, lo único que dijo Izaskun fue: "sí, mi padre es quien buscas" y "Luciano no es mi hermano, en realidad es mi primo, y no sé mucho de él, pero mi padre está en contacto con su hermana y algo te podrá contar".

viernes, 1 de octubre de 2010

XIV. IZASKUN

Con lo que no contaba Josemari era con encontrar en Larrauri a la menor de la familia Barrenetxea, Izaskun. En realidad, más que el hecho de encontrarla en su pueblo, algo factible a todas luces, lo que no preveía Josemari era que aquella chica que conoció de niño se hubiese convertido en el pedazo de mujer que tenía delante.
Todo empezó con una pregunta, una vez que el baile comenzó, a uno de los chavales que atendían la barra de la taberna. Cuando le dijo que quería saludar a Florencio Barrenetxea, de parte de su padre, pero que no se acordaba muy bien de él, el camarero le dijo que allí sentada con unas amigas estaba Izaskun, su hija. Por lo visto, Florencio se encontraba mal de salud y no había bajado a las fiestas del pueblo.
Izaskun, que había acompañado a su padre por toda la comarca a vender los quesos que hacía en el caserío, había crecido y sobre todo, había embellecido. Aquella niña "feucha", con cejas pobladas y pelo rizado se había convertido en una mujer con todas las letras. En la forma actual de su rostro se podía reconocer quizás a la niña que fue, pero con su actual anatomía, sus curvas y la expresión de su mirada, lo que podía no ser un rostro bonito de niña, se había convertido en una cara de mujer, en un cuerpo de mujer y en un conjunto de lo más atractivo que Josemari había visto nunca.
Por esta razón, cuando le dijeron de quién se trataba, Josemari tuvo que pensar dos veces la manera de acercarse. Además del interés de preguntar por su hermano Luciano, experimentó una repentina necesidad de agradar a semejante "neska".

lunes, 9 de agosto de 2010

XIII. ALDIAK


La primera localidad en la que se habrían de celebrar fiestas patronales era Larrauri, primer pueblo de Gipuzkoa, al que se tardaban cuatro horas en llegar andando. El año anterior, Josemari había pasado allí el día de San Inaxio, patrón de la localidad. Él y sus amigos habían salido temprano para llegar al pueblo antes de la Misa de las doce de la mañana, que terminaba siempre con el himno del santo. A partir de ese momento se sucedían las competiciones de deportes populares: la ya habitual partida de pelota, que enfrentaría a la mejor pareja de pelotaris del Goierri con dos representantes de Larrauri; el levantamiento de piedras, en el que había vencido Florencio Aguirre los tres últimos años; y la partida de socatira entre la gente joven que había acudido a la fiesta.
Al terminar los deportes empezaba la música que animaba a entrar en las tabernas de la plaza del pueblo para comer algo justo antes de que comenzara la "dantza".
Pese a que el camino era largo y el día resultaba agotador, eran muchos los jóvenes de Lekaroz que se acercaban a estas fiestas. El año anterior, Josemari y cuatro amigos habían podido quedarse a dormir un rato en el establo de un caserío. Allí habían conseguido echar una cabezada de apenas cuatro horas antes de comenzar el camino de vuelta a casa.
Este año, Josemari pretendía aprovechar ese día festivo para enterarse de cómo le iba a Luciano Barrenetxea, joven de la localidad que casado y con dos de sus hijos se atrevió a cruzar los mares en busca de una nueva vida, cuando perdió a su hijo menor por unas extrañas dolencias.

sábado, 24 de julio de 2010

XII. LA CORRESPONDENCIA


En los días que siguieron a la conversación con D. Francisco, al contrario de lo que él mismo esperaba, Josemari experimentó sosiego. La aprobación del párroco había sido un paso firme hacia adelante, pero como se trataba de un plan de vida, no cabía tener prisa. Pensaba que la oportunidad de decírselo a Aita llegaría tarde o temprano. Así que aparcó el asunto y empezó a centrarse en lo que en Irumendi pudieran necesitar de él.
El verano se acercaba y esto le daría la oportunidad de moverse por las fiestas de las localidades de alrededor de Lekaroz. Sin prisa, pero sin pausa quería empezar a buscar a alguien que tuviese un hermano o un tío en algún punto de América del Sur. La intención era aprender qué asuntos son importantes antes de embarcarse en una aventura como ésa.
Aunque difícilmente el viaje de ida a las Américas se podía hacer de vuelta, algunos mantenían contacto por escrito. Sólo se podía aspirar a enviar noticias una vez al año, si las cosas iban bien; suficiente para comunicar que se seguía con vida y que se tenía buena salud. Mucha gente de esta tierra sabía que un vasco no era amigo de contar penas a su familia. Así que si hubiesen enfermado o lo estuviesen pasando mal, seguirían igualmente contando que todo iba viento en popa. En alguna ocasión, la única mala noticia era no recibir noticias. Ello podía significar que se estaba muy enfermo, que no se disponía de dinero para enviar una carta o secillamente que ya no se encontraba en este mundo. Además, muchos de los que habían ido con anterioridad no sabían leer y escribir, así que tenían que recurrir a alguien para que escribiera de su parte la epístola, confiando en que fueran leales y no escribieran otra cosa.
No obstante, Josemari tenía una intuición profunda de que su periplo saldría bien y de que él podría escribir con más frecuencia y que lo que contaría sería bueno y sincero.

sábado, 17 de abril de 2010

XI. DE VUELTA A CASA

Mientras iba en estos pensamientos, contemplaba el paisaje de vuelta a Irumendi. La subida del valle en esa hora del día por la ladera del monte Orokorri permitía perseguir el sol mientras se ocultaba. Cuando el sol no era tapado por las nubes, podía calcularse el tiempo que tardaría en hacerse de noche mirando por una ventana desde casa de D. Francisco. Si se miraba desde la entrada del comedor, de pie, cuando se empezaba a ver el sol caer a través de la ventana, era el momento de volver al caserío. De esta manera, la salida de la aldea y el inicio de la subida por el monte hasta llegar a la hacienda de Irumendi se podía realizar con luz suficiente. A los terrenos del caserío se entraba desde la parte alta del monte Orokorri, se atravesaba una pequeña porción de bosque, de apenas cien metros y se hallaba ya en el campo abierto perteneciente a Irumendi. Desde allí todavía había que recorrer kilómetro y medio más, pero al ser terrenos del caserío, sin bosque, no requerían de luz solar. Con poco que brillara la luna, iluminaba lo suficiente para llegar hasta casa, sin tropezar con una piedra o un tronco de árbol. Todo esto en el caso, no demasiado habitual, de que hiciese sol. De no ser así, oscurecía antes y la falta de luz y la posible lluvia resultaban peligrosas. De hecho, ya había quedado algún foráneo desorientado en mitad del bosque hasta la mañana siguiente, siendo encontrado en lamentable estado por la ansiedad y el frío pasado durante la noche.
Josemari terminó de perseguir el sol en el alto del monte Orokorri, después de los treinta minutos de subida habituales y se adentraba en el bosque camino del caserío. Diez minutos más y se hallaría con Aita, Inaxio y tía Lourdes, quienes estarían ya a punto de irse a dormir para empezar el lunes con la rutina semanal.
Mientras caminaba por el terreno que le llevaba hasta Irumendi, sintió como si todos los seres que encontraba su alrededor, árboles, pájaros y hasta las ovejas y vacas del establo lo observaran, lo sintieran y lo apoyaran. Todos ellos le decían que si triunfaba en su aventura, sería como si ellos triunfaran con él. Le decían que si no llegaba a sentirse triunfador, que volviera, que allí lo recibirían como alguien capaz de emprender lo que los demás sólo sueñan y no se atreven a iniciar. El tiempo que tardó en llegar al caserío le sirvió para cargarse de energía, para convencerse de que él iba a hacer grande a Irumendi, a Lekaroz y a todo el valle. No podía fallar a los suyos y no lo iba a hacer. Y además, su madre iba a estar siempre con él.
Cuando llegó delante del caserío, se paró un segundo para contemplar el nogal de la entrada. De un nogal como ése procedía su apellido. En algún lugar de habla en euskera, alguien había llamado a sus antepasados los de “debajo del nogal”. El caserío originario del apellido en el cual había un nogal, él desconocía cuál era, pero estaba claro que existía un nexo aunque se perdiera en el tiempo. De la misma manera, pensó, que sus descendientes en el otro continente, si Dios quiere y todo sale bien, podrían no saber de dónde procede exactamente su apellido, pero algo les quedaría, seguro, de esta tierra, de su energía, su nobleza, su fuerza y su fe.